Hoy hemos querido recuperar un texto de una de nuestras alumnas más lectoras y coautora de este blog, María Abella, que fue escrito para el concurso El País de los Estudiantes en el que participamos hace unos meses, espero que os anime a todos a leer un poco más:
"Hoy me ha sucedido algo
curioso que me ha hecho pensar. Mi hermano
pequeño
me ha preguntado porqué me gusta tanto leer. Y esa no es una
cuestión que me planteen muy a menudo.
¿Por
qué leer? Dándole vueltas, se me ocurren unas cuantas respuestas y,
a grandes rasgos, me atrevería a clasificarlas en dos grupos: las
que apelan al disfrute personal y las que se refieren al aprendizaje.
Comenzaré por esta
segunda categoría, dado que yo soy más de argumentos emotivos y me
gusta dejar lo mejor para el final.
Muchos podríais pensar
(y probablemente penséis) que solo se obtiene información real de
los libros de clase, como lo pueden ser el de matemáticas o el de
historia. Algunos también diréis que a ese colectivo hay que añadir
los periódicos, las enciclopedias y los diccionarios, todos con
definiciones y noticias actuales. Ambas líneas de pensamiento
cometen el mismo error.
Y es que el aprendizaje,
los datos, los conocimientos en general, no están confinados en los
textos informativos.
¿Habéis oído hablar
del término “literatura”? Sí, seguro que estáis hasta hartos
de escucharlo en clase de lengua. ¡El arte de las palabras! Por
favor, ¿qué tiene eso de instructivo?
Pues tal vez os sorprenda
descubrir que un libro de aventuras puede aportar tanto como un
ejemplar de El País. ¿Queréis pruebas? Fácil: jugad a intentar
adivinar qué niños son lectores habituales y cuáles no.
Haced un esfuerzo.
Recordad a vuestros compañeros de clase de segundo de Primaria, o a
vuestros primos, hermanos y vecinos pequeños. Evocad las
conversaciones que teníais o tenéis con ellos, y veréis lo
sencillo que es señalar a los amantes de los libros.
¿Recordáis ese niño
que nunca repetía dos veces la misma palabra en una redacción? Robó
su extenso vocabulario a las novelas que devoraba por las tardes. ¿Y
la niña que era capaz de imaginarse a la perfección a cualquier
persona y cualquier situación sin haberla visto o vivido jamás?
Aprendió a abrir su mente gracias a los cuentos que su madre le leía
por las noches. ¿Aquel chaval que contaba historias reales de
guerras de otros tiempos, vidas singulares de grandes personajes
históricos, acontecimientos célebres vividos en España sin
vacilar? Pasaba las noches en vela leyendo libros de viajes en el
tiempo. ¿Y la chica que podía describir sin traba alguna cada
capital de Europa pese a no haber salido nunca de su ciudad?
Descubrió el mundo entero de mano de sus historias de aventuras sin
moverse ni un milímetro de su habitación.
La teoría dicta que los
humanos en plena posesión de nuestras facultades y a partir de
cierta edad sabemos hablar, pero eso no significa que todos sepamos
expresarnos. Los libros nos ayudan a entender al mundo y a
entendernos a nosotros mismos, ayudándonos a encontrar las palabras
adecuadas para decir bien alto y claro quiénes somos y quiénes
queremos ser.
No, definitivamente no
hallaremos en El
Quijote
o en Veinte
mil leguas de viaje submarino
la resolución de integrales, la alimentación de los equinodermos o
los resultados del último Madrid-Barça, pero sí descubriremos cómo
ser personas y vivir más intensamente.
Ese punto me lleva,
además, a la parte emocional de todo esto. Y es que pocas cosas hay
tan gratificantes como sentarse en cualquier rincón iluminado con un
libro entre las manos.
Leyendo, viajarás a la
otra punta del mundo, del universo incluso, estando tumbado en tu
cama. Serás testigo de batallas legendarias, de apasionados
romances, de peligrosas aventuras y de amistades inquebrantables. Te
convertirás en mil personas distintas y vivirás sus vidas,
aprendiendo a pensar, sentir y sufrir como ellos. Reirás a mandíbula
batiente, te esconderás temblando bajo la mesa hasta que la tormenta
haya amainado o llorarás amargamente por la pérdida de tu personaje
favorito o por el final de ese libro que tantas horas te ha robado.
Y comprenderás que
conceptos como el amor, el odio, la amistad, la muerte, la esperanza,
el caos, la inocencia y la maldad son tan complejos y volátiles como
las nubes que cubren nuestras cabezas: podemos osar hablar de ellos,
divagar sobre su textura y su condición o engañarnos diciéndonos
que los entendemos, pero nunca seremos capaces de atraparlos por
completo entre nuestros dedos.
Sí, me gusta leer.
Y en el fondo, tengo muy
claro el porqué."
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